Por Roberto Cachanosky de Economia para todos
Fomentar el conflictos y la inestabilidad es una forma de distraer la atención respecto de los verdaderos responsables de los problemas.
A esta altura del partido es evidente que Néstor Kirchner, arrogándose un protagonismo y funciones que no le corresponden, intenta llevar a la Argentina a una escalada de conflicto social que no sabemos dónde puede terminar. Digámoslo con todas las palabras: ya satura tanta agresividad, prepotencia e intolerancia; aburren ese monótono discurso demagógico que tergiversa la realidad y la constante descalificación de sectores y personas que piensan diferente.
Si bien este comportamiento incivilizado estuvo vigente durante 5 años, en los últimos meses se ha profundizado de manera notable. ¿Qué se busca con tanto grito, amenazas y descalificaciones? ¿Por qué esta escalada en la agresión? Una respuesta posible es que el oficialismo haya advertido que está terminando su momento de gloria. No sólo por la espectacular caída en la imagen del matrimonio presidencial y el aumento de la imagen negativa, sino también porque la economía ha entrado en un proceso de acelerada disminución en la actividad, junto con un notable incremento de la inflación. Todo esto sazonado con una fenomenal distorsión de precios relativos y crisis energética.
Basta con ver el Índice de Confianza del Consumidor que elabora la Universidad Torcuato Di Tella para advertir que la gente tiene un grado de incertidumbre que se acerca bastante al de noviembre del 2001, un mes antes de la caída de De la Rúa y con el corralito en vigencia. Es más, ya durante el 2007 la confianza del consumidor tuvo una clara tendencia decreciente: la gestión de Néstor Kirchner perdió, entre enero y agosto del año pasado, un 24% de confianza en los consumidores.
Por alguna extraña razón, los argentinos pensaron que Cristina Fernández de Kirchner iba adoptar un comportamiento diferente al de su esposo. Así, por tres meses, logró recuperar parte de la confianza perdida. Sin embargo, entre enero y junio de este año, la presidenta consiguió que el mencionado índice bajara un 28%, lo que lo ubica en niveles muy parecidos al crítico 2001.
Un dibujo muy parecido tiene el Índice de Confianza en el Gobierno. En este caso, la caída es del 49% entre enero y junio de este año. El Índice varía entre 0 y 5 (cero es la peor nota y 5 la mejor). En junio pasado estaba en 1,21 y en mayo del 2003 en 1,22. Como dato adicional, la confianza en el gobierno cayó el 63% desde su punto más alto en junio del 2003. En resumidas cuentas, el gobierno tiene licuada la confianza de la gente en su capacidad de gobernar y en la confianza de los consumidores sobre el futuro de la economía.
La actividad económica baja, a mi juicio, por varias razones. A saber: a) incertidumbre de la gente ante el creciente conflicto político y social que creó el gobierno, b) caída del ingreso real por efecto de la inflación y c) la licuación del tipo de cambio real ya no incentiva a la gente a desprenderse de dólares ahorrados para consumir. Con U$S 100 nadie hace ningún desparramo como en el 2002. De manera que el consumo que tenía como combustible la venta de dólares dejó de existir y ahora, por el contrario, la gente prefiere comprar dólares ante tanta pirotecnia verbal y medidas económicas absurdas.
Como sistemáticamente el Gobierno se ha encargado de espantar las inversiones con sus medidas y ahora agregó un castigo adicional a las exportaciones, no hay forma de recuperar el nivel de actividad ante la caída del consumo. Vamos, por no decir que ya estamos, a un proceso de congelamiento de la economía.
Si por el lado de la actividad económica el malhumor se palpa claramente en la calle, indicador más científico que los números que elabora el INDEK, por el lado del tema impositivo el gobierno ha logrado generar una doble rebelión fiscal gracias a su enorme capacidad para crear nuevos problemas.
Es que no sólo está el conflicto con el campo por las retenciones, sino que, además, la gente siente escalofríos con el impuesto inflacionario que está pagando. La caída de los depósitos del sector privado y la constante demanda de dólares reflejan claramente las expectativas inflacionarias de la población.
Es por esta razón que los impresionantes cacerolazos, que llevaron a poner vallas por todos lados en la Quinta de Olivos, intentando aislar aún más al gobierno de la cruda realidad, muestran claramente el nivel de agotamiento de la gente ante los crecientes problemas económicos y la soberbia del matrimonio.
Si uno tiene en cuenta todos estos datos, más el poco optimista horizonte electoral que tiene el oficialismo para el 2009, los gritos de Néstor denunciando desestabilización y golpes contra Cristina podrían estar escondiendo, en el fondo, el deseo de irse antes de tener que afrontar la humillante situación de enfrentar una economía descontrolada. Porque es bueno recordar que la gente puede tolerar cierto desprecio por las instituciones mientras la economía funciona, pero la historia reciente demuestra que cuando la burbuja económica se pincha, la factura se pasa por la inflación, la caída en la actividad más la falta de respeto a las instituciones y los sonados casos de corrupción.
Forzar el caos social y luego buscar un chivo expiatorio es un viejo truco para tratar de evitar hacerse cargo de los resultados de tanta insensatez.
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