La presidenta argentina ha perdido estrepitosamente una batalla política en la que estaba empeñada con todas sus fuerzas desde marzo. Con el agravante de que el artífice del rechazo por el Senado de la ley que aumenta drásticamente los impuestos a las exportaciones de soja ha sido un teórico aliado, el presidente de la Cámara y vicepresidente del Gobierno, Julio Cobos, un disidente del partido Radical al que Cristina Fernández incorporó de mala gana a su candidatura electoral el año pasado para demostrar que podía convivir con antiguos rivales políticos. La derrota de la presidenta, que ayer derogó la controvertida ley, no sólo deja su credibilidad en ruinas; evidencia también diferencias profundas en el peronismo gobernante que presagian su ruptura.
Fernández, con el crucial apoyo de su marido y jefe del peronismo, el ex presidente Néstor Kirchner, ha empleado los últimos cuatro meses en una batalla sin cuartel contra los agricultores. Su decisión de aumentar las tasas de exportación de la soja -de la que el país, destacadísimo productor, obtiene casi el 25% del total de sus ingresos- sublevó al campo argentino, espina dorsal de la economía, que con nutrido apoyo ciudadano se embarcó en una campaña masiva de protestas y huelgas. Argentina se ha convertido en escenario privilegiado de manifestaciones y contramanifestaciones. En las organizadas por el peronismo en la bonaerense plaza de Mayo, Fernández y Kirchner, en discursos de alto voltaje demagógico, han ido tan lejos como para acusar repetidamente a los cultivadores de querer derribar al Gobierno con procedimientos similares a los escuadrones de la muerte en los años de la dictadura.
Los argentinos no ven con buenos ojos el autoritarismo y la arrogancia desplegados por su presidenta, demasiado aficionada a gobernar por decreto. Su popularidad ha caído de casi el 60% al 20% en menos de seis meses. Lo más inquietante para Cristina Fernández, sin embargo, es que las votaciones del Senado, tras las relativamente cómodas de los diputados, han puesto de manifiesto un torrente de defecciones peronistas: 11 senadores, alineados con los agricultores, se pronunciaron en contra del Gobierno. El carácter progresivamente asertivo de un Parlamento marginado, unido a la ruptura pública con el Ejecutivo de prominentes gobernadores y ex gobernadores provinciales, anticipa una escisión del peronismo capitaneado por Kirchner, en cuyo estilo político la disidencia ha sido siempre equivalente a una traición.
Fernández tiene por delante tres años y medio de mandato, demasiado tiempo para hacerle ya funerales políticos. Pero la líder argentina hizo campaña electoral acentuando su supuesta condición de moderada, demócrata y partidaria de los acuerdos. La realidad la ha desmentido rotundamente. Tendrá que comenzar a gobernar con el estilo que le hizo obtener la confianza de sus compatriotas si quiere salvar su presidencia.
domingo, 20 de julio de 2008
Cristina fracasa
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